*Por Gustavo Pinto
A partir de 2019, las reglas para la visita a Machu Picchu cambiaron. Uno de los principales destinos culturales de toda América Latina (que en 2018 recibió más de 1,5 millones de visitantes, un 17% más que el año anterior) teme que las ruinas centenarias de las comunidades incas no puedan resistir al hacinamiento de turistas y, además del número de visitantes, las polémicas sobre lo sagrado transformándose en selfies para las redes sociales acabaron afectando la política de uso turístico del destino. Horarios preestablecidos, incentivos para visitas en horarios alternativos, cambios del valor de las entradas… Perú está probando estrategias para la conservación responsable de su mayor bien cultural.
Quizás Machu Picchu es el caso latinoamericano más emblemático en la batalla actual contra el sobreturismo en todo el mundo: ya sabemos que el número exagerado de visitantes en ciudades como Barcelona y Venecia afectan no solo la experiencia turística sino, principalmente, la vida cotidiana de sus habitantes. Tenemos otros destinos con números relevantes de visitas en el Caribe y Sudamérica, pero en números absolutos ningún país o ciudad latinoamericanos está en la lista de los más visitados del mundo, ni siquiera el caso de este artículo, Machu Picchu.
¿Pero esto significa que América Latina no sufre de sobreturismo en sus destinos turísticos? La respuesta es claramente negativa. La distancia de los números latinoamericanos ‒en términos de números absolutos de visitas‒ de los números europeos y asiáticos puede camuflar a América Latina en las discusiones globales sobre el overturismo. Incluso sin el volumen de visitantes de otros continentes, nuestras atracciones culturales y naturales pueden estar enfrentando el turismo excesivo, en formas aún más impactantes y a menudo irreversibles.
Los cambios sociales y ambientales son un hecho en cualquier destino que un turista visita, y este hecho no depende del volumen de visitantes en la localidad. Además, si bien el valor del impacto (mayor o menor, positivo o negativo) es fluido y se puede estimar en un dado momento, varía según la tolerancia de los afectados por el resultado de la actividad turística.
Llegamos entonces al concepto de ‘límites de cambio aceptable’ (limits of acceptable change o LAC, en inglés) que pone a los impactos y a los impactados en perspectiva, y hace de la regla del overturismo algo fluctuante, de acuerdo con la realidad de cada destino. Las condiciones sociales, recursos naturales y culturales del lugar deben entenderse, evaluarse y clasificarse de acuerdo con lo que es aceptable, y de la misma manera, las metas de gestión de impacto, de acuerdo con lo que es lograble.
Desde la perspectiva de los impactos y de lo que se considera tolerable tanto por los recursos culturales y naturales, como por las comunidades en los destinos turísticos de nuestro continente, está claro que el tema overturismo en América Latina está emergiendo. ¿Cómo los destinos están gestionando nuestros mares (incluida su fauna y flora) y cuál es la cuota de responsabilidad asumida, por ejemplo, por la industria de cruceros del Caribe? ¿O cómo están reaccionando los bosques amazónicos a la interacción de sus visitantes? ¿Nuestros monumentos culturales se están beneficiando con la actividad turística?
La falta de monitoreo y de gestión de impactos puede hacer que los destinos sean víctimas del sobreturismo, incluso si su capacidad de recepción, identificada por estudios técnicos, es mayor de lo que efectivamente recibe. Es por este camino que los latinoamericanos deberíamos incluir el debate sobre el overturismo en nuestra vida cotidiana, aprovechando que, todavía, los números absolutos nos son favorables a la gestión de turistas en comparación con lo que sucede en otras partes del mundo. Después de todo, queremos que nuestro sector continúe creciendo, y cada vez más viajeros conozcan las riquezas de nuestro continente y dejen solo impactos positivos en los lugares que visitan.
-> Para obtener más información sobre los límites de cambio aceptables (LAC), lea este artículo de la UICN (Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza) cuya metodología, aunque esté dirigida a la conservación de recursos naturales, es fácilmente adaptable a la gestión de impactos del patrimonio cultural.
* Gustavo Pinto
M.A. in Responsible Tourism – Manchester Metropolitan University, UK
Advisor in Responsible Tourism for WTM Latin America
Director of Inverted America Journeys