*Por Marta Poggi
En los últimos años ha tomado fuerza un cambio en el comportamiento del consumidor, que reduce la compra de bienes para invertir en experiencias Esta tendencia comenzó con los Millennials y, en la post pandemia, se convirtió en un deseo de consumo para prácticamente todas las generaciones de viajeros.
¿Y por qué se ha hablado tanto del turismo de experiencias, tan buscado por los viajeros?
En primer lugar, porque la experiencia turística está relacionada con los sentimientos y sensaciones que experimenta el turista durante su viaje. Tiene un carácter personal y genera interacción entre el consumidor y el entorno, lo que hace que la experiencia sea memorable. En 1997, la Organización Mundial del Turismo – OMT ya señalaba como tendencia: “viajar a destinos donde, más que visitar y contemplar, también fuera posible sentir, vivir, emocionarse y ser protagonista de su propio viaje”.[1]
Por lo tanto, el turismo de experiencias no es nuevo, pero fue sumamente valorado por los turistas porque es diferente, exclusivo y genera momentos que quedan en la memoria para siempre.
Las experiencias se pueden consumir lejos o cerca de casa, en vacaciones o en el fin de semana, no importa. Existen numerosos ejemplos de experiencias, desde las más sencillas, como un picnic en el campo, hasta las más sofisticadas, como la Piracaia en el Río Tapajós, en Pará, visitas interactivas a comunidades indígenas o quilombolas, sunset parties en bodegas o Roof tops, paseo nocturno en la luna llena en las Cataratas del Iguazú, degustación y maridaje de vino, cerveza, aceite de oliva, etc.
Otro factor que explica la mayor demanda de experiencias turísticas es que el viajero quiere aprender durante sus viajes y regresar a casa con más equipaje que cuando salió, en el sentido de tener más conocimientos e historias que contar. No se conforma con visitar y fotografiar postales de destinos famosos. Al contrario, quiere interactuar con los lugareños, descubrir la versión “roots” del destino, los saberes y sabores locales.
En algunos casos, el viajero deja de ser un espectador y se convierte en protagonista. Esto sucede cuando pone en práctica, es decir, participa en un taller de cerámica, clase de cocina o aprende a hacer su propia gin o cerveza.
Históricamente, los turistas decidían el destino y luego lo que harían o visitarían. Hoy, ellos toman decisiones de viaje por la experiencia que quieren tener y luego deciden a dónde viajar. Y pocos proveedores de turismo realmente se dan cuenta de este cambio y continúan ofreciendo opciones de viaje con un enfoque en el destino.
Realmente es muy bueno apostar en las experiencias turísticas porque, además de satisfacer el deseo de este “nuevo” viajero, generan más rentabilidad, ya que tienen más valor añadido que los servicios tradicionales. Además, diferencian a la empresa de la competencia, aumentan el reconocimiento de la marca y la competitividad de la empresa en el mercado.
Los destinos también se benefician, ya que tienen su imagen ligada a empresas modernas y acaban teniendo más atractivo para los turistas. Estos productos con más valor agregado (experiencias y vivencias locales) contribuyen a otro cambio muy necesario: nosotros enfocamos en la calidad de la demanda, que colabora con la sostenibilidad del destino y no en el número de visitantes.
Como resultado, trabajamos con flujos más pequeños, pero que hacen una mayor contribución económica, que se involucran (o al menos se preocupan) con las comunidades locales y que, en general, son más conscientes del medio ambiente. Veo el futuro del turismo con gran optimismo. Un turismo mejor, más calificado, que genera beneficios reales para todos los involucrados y que, al mismo tiempo, contribuye a la construcción de ciudades y destinos inteligentes.
[1] Organización Mundial del Turismo. Estudios Estratégicos del Turismo para 2020. Madrid, 1997.
Las opiniones expresadas en este texto son las del autor y no reflejan necesariamente la posición de WTM Latin America.